Reconocimiento en Geofísica Dr. P. Josep Oriol Cardús I Almeda

El Patronato de la Fundación J. García-Siñeriz ha acordado rendir homenaje al Dr. P. Cardús por su dedicación al mundo al mundo de la Geofísica. Coincidiendo con el acto de entrega de premios de la X convocatoria se le impuso la insignia de la Fundación, pronunciando el homenajeado la conferencia titulada Cincuenta y Cinco años en el Observatorio del Ebro, el lunes 13 de diciembre de 2004 en el claustro de la E.T.S. de Ingenieros de Minas de Madrid.

 

 

 

Cincuenta y Cinco años en el Observatorio del Ebro

Dignísimas autoridades,

Amigos todos:

Ha pasado ya algo más de medio siglo desde que me incorporé al trabajo del Observatorio del Ebro bajo la dirección de aquel extraordinario maestro y amigo que fue el P. Antonio Romañá y en los que este trabajo me concedió el honor y el placer de hacer amistad con varios de los aquí presentes. Y no puedo dejar de expresaros a todos mi satisfacción al ver ahora, pasado ya tanto tiempo, que aquella amistad todavía perdura, como lo manifiesta el hecho de haberos acordado de mi persona al concederme el honor de otorgarme la insignia de la Fundación García-Siñeriz. El mero recuerdo de este nombre es para los que trabajamos en el campo de la Geofísica un poderoso estimulo para dedicarnos seria y constantemente, como él lo hizo en toda su vida a esta apasionante parcela de la Ciencia.


 

Es pues para mí un agradable placer y un obligado deber el deciros de todo corazón MUCHAS GRACIAS.

Estos años de contacto con la Geofísica en el Observatorio del Ebro, que ahora está celebrando el Centenario de su fundación, me han permitido conocer desde una posición privilegiada el enorme progreso de la Geofísica, progreso que ha sido no tan solo cuantitativo, sino, en muchos casos, cualitativo. Intentaré indicar sólo dos ejemplos.

El primero de estos avances espectaculares lo encuentro ya en la segunda mitad del siglo XX en lo que se ha llamado «la expansión del fondo oceánico» que completa la teoría de las «placas continentales». La evidente semejanza del perfil de las costas atlánticas de América del Sur y de África ya fue señalada por Wegener en 1915. Y su hipótesis de que en tiempos prehistóricos hubieran estado unidos estos dos continentes no fue tomada en serio en el mundo científico. No es, hasta los años 60 en los que el avance de los conocimientos hace que la idea vuelva a plantearse seriamente. Hay en su base dos hechos independientes que ayudan a este reconocimiento. Por un lado se publica un mapamundi con la situación de los epicentros de los grandes terremotos y se ve que estos quedan organizados en grandes líneas o arcos entre los cuales destacan la línea que recorre el Atlántico de norte a sur a distancia muy semejante entre las costas de Europa y África y las de América. El otro gran arco aparece en el Pacífico delineando los perfiles de las Filipinas, el Japón, Alaska y ligeramente el interior de las costas de América. Por otro lado las nuevas técnicas de la Geodesia y de la Oceanografía han permitido confeccionar el mapa, hasta ahora imposible, del fondo de los océanos y en él resalta de forma evidente la gran cresta montañosa y volcánica del Atlántico que reproduce la línea de los epicentros; si añadimos a estos hechos la relación que se conoce, también por la Sismología, entre terremotos y fallas y la posibilidad de distinguir entre las de compresión y las de subducción, entre otras formas, parece obligado reconsiderar la hipótesis de Wegener. Y en medio de estos estudios y de las discusiones, no siempre los suficientemente serenas para poder alcanzar la verdad, aparece en 1963 un trabajo de Vine y Mathews que, desde el campo del Geomagnetismo, y en concreto, de lo que llamamos el magnetismo fósil, irrumpe en la discusión y aporta datos muy significativos: a ambos lados de la cresta del Atlántico se han encontrado anomalías magnéticas dispuestas paralelas a dicha cresta y que presentan alternativamente polaridades inversas. Estas inversiones son las que permiten explicar el fenómeno: la actividad volcánica de la cordillera atlántica ha ido depositando en el fondo del océano a lo largo de los siglos coladas de material magmático que al enfriarse al contacto con el agua ha adquirido un magnetismo remanente con la polaridad que tenía en su momento la Tierra. Como por otros estudios se conocía la escala cronológica de las inversiones de la polaridad del planeta fue posible determinar la edad de dichos sedimentos y con ello Vine y sus colaboradores llegaron a la conclusión que sus estudios mostraban, fosilizada, la imagen de la expansión del fondo del océano. Y si el fondo del Atlántico se había ido expandiendo a lo largo de los siglos, era natural que los continentes situados ambos lados del mismo se habían ido separando. La hipótesis de la existencia de las placas continentales y de su migración recibía una confirmación experimental bastante significativa. No fue sólo esta la aportación del paleomagnetismo a estas teorías sino que su aplicación permitió explicar racionalmente un problema que hasta este momento parecía insoluble: se había aplicado el paleomagnetismo para la determinación de la dirección del campo magnético a lo largo de los siglos a base del magnetismo remanente de rocas sedimentarias o volcánicas tomadas en diversos puntos de la tierra y la mayoría de ellos habían ido configurando la historia de este campo y de sus inversiones a lo largo de los siglos, pero siempre habían quedado rocas que presentaban direcciones anómalas que no encajaban en este esquema. Si se aceptaba la migración de los continentes había que reconsiderar la posición geográfica de estas rocas y no situarlas en la posición geográfica del momento actual sino que había que atribuirles la que tendrían en el momento, alejado en los siglos y en el espacio, en el que adquirieron su magnetismo remanente. La mayoría de estos casos anómalos entraron en coincidencia al dar a dichas rocas la posición geográfica que les correspondía si se admitía la hipótesis de la migración de los continentes.

El resultado neto de todos estos trabajos puede resumirse, creo, diciendo que hoy en día podemos afirmar, recordando la conocida frase de Newton, que todo sucede como si los continentes hubieran ido cambiando de posición y que con ello, podemos conocer no sólo cómo la superficie de nuestro planeta ha evolucionado desde un continente único «Pangea» y un mar único «Pantalasa» a la configuración actual, sino que es posible predecir, si la evolución sigue semejante a la hasta ahora conocida, como será el aspecto de la superficie de la Tierra dentro de varios millones de años.

El segundo de estos avances significativo se dio en el campo del Geomagnetismo. Cuando, en Julio de 1949, acabada mi preparación religiosa y física, me incorporé plenamente al trabajo del Observatorio, el Geomagnetismo era casi únicamente experimental: se medía el valor del campo magnético en sus tres componentes y se hacían estadísticas de sus diversas variaciones: secular, anual, estacional y diurna, y también de lo que seguimos llamando, variaciones rápidas: las tempestades magnéticas y los saltos bruscos que a veces las acompañan, las bahías y empezaba entonces el análisis de las pulsaciones. El trabajo con estos datos era fundamentalmente estadístico y también analítico para comparar los datos del propio centro con el de otros observatorios para tener una idea del comportamiento global de este imán que Gilbert, en 1600, había descubierto que era la Tierra. El campo magnético observado en la superficie estaba constituido fundamentalmente por dos componentes: una, interna, generada por la Tierra, y otra externa descubierta por Gauss y publicada en 1838, proveniente del espacio exterior. El campo interno es un campo newtoniano cuyas líneas de fuerza salen de la superficie de la tierra en los polos magnéticas y que se extiende en el espacio hacia el infinito.

El Año Geofísico Internacional (1957-1958) trajo la gran innovación: los datos de los primeros satélites artificiales rusos dieron a conocer la existencia de partículas cargadas eléctricamente en regiones de la atmósfera terrestre exterior que según los conocimientos científicos de aquellos años debían estar vacías. La explicación científica la dio el americano Van Allen en 1958 al explicar que eran partículas provenientes del espacio exterior atrapadas por el campo magnético de la Tierra y organizadas por sus líneas de fuerza en los que desde entonces se llaman los anillos de Van Allen. Era natural que se buscase el por qué aparecían estas partículas y la explicación fue relativamente fácil con las ideas de otro americano, Parker, que basándose en experimentos y teorías ya existentes había formulado en 1957 la teoría del Viento Solar: el Sol emite constantemente un flujo de partículas cargadas eléctricamente (algo así como la evaporación de un líquido en ebullición) que invade todo el espacio interplanetario. Estos descubrimientos obligaron a lanzar al espacio nuevos satélites artificiales que pudiesen alejarse más de la Tierra y se adentrasen más en el espacio interplanetario y fue el Pionr I, lanzado el 11 de Octubre de 1958, que aportó nuevas sorpresas; encuentra, como los anteriores satélites, hasta una distancia de unos 4 radios terrestres en la dirección el eje Sol-Tierra el campo magnético terrestre con los anillos de partículas pero en zonas más alejadas en la misma dirección, aparece una amplia zona de turbulencia que termina aproximadamente entre los 10 y los 14 radios cuando el valor del campo magnético disminuye radicalmente y pasa a ser un campo débil. De nuevo la explicación de todo ello se encontró en la conjunción de las ideas de Parker y las de Van Allen.

En resumen: el viento solar con su flujo a velocidad supersónica choca con el campo magnético de la Tierra y aplicando las leyes de la mecánica de fluídos y añadiendo a ellas los términos de las interacciones eléctricas y magnéticas, en lo que se llama magneto-hidrodinámica, se llega a la conclusión de que el campo magnético, que en las proximidades de la Tierra sigue la ley del potencial newtoniano, viene comprimido en su dirección al Sol en lo que se conoce por la magnetosfera y separada de ella se encuentra la magnetopausa, más al exterior el dominio es del plasma interplanetario en el que figuran, alrededor del Sol, las partículas arrastradas por el viento solar y con ellas el campo magnético «congelado» del Sol. Como se intuye por todo lo dicho el estudio del Geomagnetismo ha evolucionado considerablemente al ser un campo que ya no se extiende hasta el infinito sino que se encuentra limitado en la magnetosfera y al mismo tiempo se ha complicado al obligar a tener presente la existencia de partículas neutras y eléctricas con diferentes velocidades y muy diferentes potenciales.

He intentado dar una esquemática idea de dos ejemplos de avances de la Geofísica, promoción especial de la Fundación J. García-Siñeriz, que hoy nos ha reunido, pero permitidme que ocupe un poca más de vuestro tiempo con dos ideas, la primera de las cuales no puedo dejar de explicitarla, aunque de forma implícita ha estado presente a lo largo de todo lo dicho, y que creo debo decirla explícitamente al estar reunidos en el local de una Escuela Técnica y presididos por el Rector de la Universidad Politécnica de Madrid: los avances de la Geofísica han sido posibles, evidentemente, por el estudio que de ella se ha ido realizando y al ponerse en contacto con los estudios de otros campos de la Ciencia. Pero estos avances no habrían sido posibles sin el avance de la Tecnología. Si hoy en día las Ciencias especulativas alcanzan límites antes desconocidos y ,quizás ni siquiera soñados, ha sido posible gracias a los avances tecnológicos en muy distintos campos, como la informática, los satélites artificiales y tantos otros, que los Técnicos podéis apreciar en todo su valor, pues sois vosotros los que habéis trabajado en su progreso.

Y esta consideración me lleva casi de la mano a la segunda que quería mencionar: es cierto que en el avance de la Ciencia y de la Tecnología han existido personas con nombres recordados en todos los libros de texto, pero también ellos necesitaron en sus descubrimientos del trabajo de muchas personas anónimas que con su colaboración permitieron realizar los mayores descubrimientos.

Que estas últimas consideraciones nos ayuden a todos, tanto Directivos como colaboradores a continuar nuestro trabajo para que con el trabajo y la colaboración de todos contribuyamos a que crezca este Árbol de la Ciencia, como lo representó, hace ya muchos siglos el mallorquín Raimundo Lulio y lo ha adoptado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. De todos nosotros depende, en grado y niveles ciertamente muy diversos pero todos esencialmente necesarios, que este Árbol dé frutos abundantes para mejorar el nivel de vida de toda la humanidad y sirvan para paliar, en la medida de lo posible, los males que su mal uso, por desgracia, han causado.